sábado, 14 de diciembre de 2024

Indicaciones sobre los designios de la ira

Hice de la ira mi hogar
alquiló un cuarto dentro de mí
encendió leña
y el fuego lo consumió todo  
¿ahora dónde vivo?  

Los seres humanos no fuimos programados para las emociones más complejas, por eso las que parecen incontrolables son catalogadas como no merecedoras de atención, como un enfermo al que se le da la espalda para evitar un contagio, como el sinónimo de lo grotesco que nadie aspira a retratar. A la ira nadie la quiere, se le empuja de todas partes y se sortea su lanzamiento, es un maletín abandonado que alguien olvidó reclamar, ignoramos que es precario saber cómo actuar ante ella, que es ineludible el conocimiento de qué hacer con su presencia, y al final, acabamos conociéndola a los golpazos cuando ya es demasiado tarde.  

Para entender mejor este concepto, se relata un ejemplo:

Los ojos se abren ante un chirrido, el cuerpo ya sabe lo que le espera. Todo se resume en ciclos de destrucción a sí mismo: devorando comida caducada, succionando latas de cerveza medio vacías o añejas como si se tratara de un castigo personal, conciliar el sueño en la madrugada con los ojos secos de tanto pestañeo. Se reniega al sentir como un hito ajeno a sí mismo. El sujeto (A) se levanta con fuerza, retumba contra los muros dejando a su traspié una fila de desastres. La cabeza palpita a punto de reventar, la visión, aunque borrosa, bailotea todos los objetos que se sacuden, que se arrastran, que se agrietan, y se chocan entre sí. Cae desplomado sobre el sillón de un cuero sintético, roto, viejo. Se desinfla al peso. ¿Por qué debería estar avergonzado de lo que le hicieron pasar? La manía del ser humano de reducirlo todo a una reacción. ¿Qué es lo que siente en sí? ¿Qué es ese manojo de emociones nauseabundas que se le aglutinan en el tórax, ascendiendo por su garganta, tocándole la úvula hasta generarle arcadas que no expulsan absolutamente nada? Y, sin embargo, se retuerce, se contrae, se encoge contra el suelo notando cómo la sensación no se disipa, sino que aumenta. La frente suda, el cuerpo tiembla en frío. Congelados los órganos que anhelan la muerte. Solo puede dirigir la rabia hacia sí mismo, solo sabe glorificarla cuando se la traga y esta le corroe desde dentro.

En un punto fijo se concentra, frunce el ceño, agitado, bufa, obligado a mirarse, a ser consciente de sí mismo, de su respiración pesada asfixiándolo, de sus dedos tronándose entre hormigueos. Su interior se escudriña, habita en él un dolor que solo golpea a los desgraciados que se encogen para generar el último jadeo, y se endereza, entonces, inhalando el humor fétido que embriaga las paredes.

Dentro de su cabeza solo existe la sangre zumbando en cada neurona, siente la necesidad impetuosa de romper lo primero que tome entre las manos, pero no tiene nada, solo se tiene a sí mismo, la carne arde por ser arrancada, quiere quebrarse la piel de a poco, quiere romperse los huesos y subsistir sin esqueleto, quiere poder morir esa noche y suscitar a la mañana siguiente siendo otro completamente distinto. No sabe qué hacer con esa ira que lleva acumulando los últimos meses, los últimos años de vida y, en específico, este último tiempo donde eventos detonaron su máxima potencia. Se sacude los pensamientos para desaparecer la imagen y pierde el equilibrio, cae, se levanta de nuevo, se ubica con esmero sobre el mismo sillón, abre los ojos enrojecidos hacia ese punto, con las pupilas dilatadas, con los nervios rozando sus córneas. Todo se le viene encima, su cráneo se expande, grita sin emitir un solo ruido, la voz, que parecida a mil llantos, desaparece, se ahoga.

- Fin -


Busca papel y lápiz:

Primera pregunta. ¿Qué hacer con la ira?

            R// Romper la platería fina o las estatuillas de mármol en el jardín un domingo por la tarde después de la reunión familiar. Escupir el vino sobre el mantel blanco después de las charlas acerca del futuro brillante que solían pronosticarnos, el cual no poseemos. Tintar las paredes de rojo ocre con olor a azufre. Asaltar un muro a punta de puñetazos hasta que los nudillos sangren, hasta que los dedos se acalambren. Gritar a la medianoche en la terraza más alta. Saltar al vacío desde la ventana del último piso.

Sigamos intentando. ¿Qué se hace con esta ira que te invade?

                R// Chocar la cabeza entre ladrillos. Apuntarse a clases de boxeo y visualizar el careto de tu ex en el saco. Lanzar rocas a la avenida con motorizados suspendidos por el aire. Reír. Reír histriónicamente como el arlequín que suelta la carcajada cuando agoniza. Llevar la sonrisa como accesorio diario. No soltar una lágrima ante las adversidades.

Última oportunidad… ¿Qué hacer con la ira?

Sentirla.

Acuéstese en posición fetal, pero siéntala. Llore a mares el recuerdo del dolor, pero siéntala. Resistirse es una invitación al deterioro, al despojo de sí mismo, a perpetuar la misma negligencia con la que ha sido tratado. Siéntala en todo su esplendor, no deje atrás ningún ámbito. Se asentará en cada poro, recorrerá sus tejidos hasta amansarlos. Todo es necesario para liberarla, necesitará de toda su fuerza, toda su cordura, todas sus palabras. No se aferre a ella, siéntala. Note cómo invade su cuerpo como el aliento cálido de un amante al anochecer; percíbala, es su nueva compañera, salúdela, no la evite. No la culpe, no la señale, no vuelva a rechazarla. Reconózcala como un par, ría con ella, abrácela, invítele a pasar a su vida hoy y, luego de consumado el acto, déjela partir. La ira no está para destruirlo, no es su enemiga, es una alternativa para honrar sus emociones que han sido pisoteadas, es un recuerdo constante de no volver a intercambiar la dignidad o la tranquilidad por los desperdicios de otros, por las migajas que planeaban darle. Es una invitación a que no permita sus límites ser sobrepasados de nuevo.

Lo único pertinente de hacer con la ira, es sentirla.  

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