domingo, 22 de diciembre de 2024

El dolor demanda ser sentido

Lo que más me duele es no poder hablar de esto con nadie porque nadie podría entenderlo o verlo de la manera en la que yo lo hago. No me he negado a sentirlo, pero aún así se siente tan compleja la manera en cómo una ruptura nos afecta a los seres humanos, lo irreal que se siente. Es algo así como una muerte, solo que la persona no está muerta realmente, la persona está viva, pero no la volvemos a ver o a oír, no la volvemos a tener cerca. Bueno, en mi caso yo nunca la tuve cerca a Dolores, nunca vi sus gestos, nunca supe qué expresión ponía cuando se tomaba el café en las mañanas, o qué gestos le acompañaban a diario cuando estaba feliz, triste, molesta; nunca tuve la oportunidad de sentir qué tan suave era su piel o qué tan pequeña su cintura. 

Lo que más me pudre es haber estado enamorada de un fantasma, de algo que nunca se materializó, y que perderlo se sienta como si hubiera experimentado muchas vivencias en conjunto, cuando no fue así. Mi lado lógico me dice a regañinas que no vale la pena, que ni siquiera fue algo concreto, que me vieron la cara de tonta y yo ayudé a que la ilusión se perpetuara, pero mi lado emocional sangra la pérdida, llora sobre la herida, sufre los recuerdos de una voz al otro lado de la línea, o del espejismo de la imaginación retorcida que me llevaba a fantasear algo que nunca llegó a ocurrir, un anhelo no cumplido. Nadie lo entendería, nadie entendería que eche de menos una presencia que nunca estuvo presente en realidad. Me duele no tener nada a lo qué aferrarme, que esa verdad sea maldita, irónica, y cruel, que se ría en mi cara a carcajadas, que me explote la cabeza sin piedad. Los recuerdos vienen de los acontecimientos, y yo no tengo ni eso, entonces es cuando la rabia se instala en mí, una rabia que me demanda ser honrada, una ira que quiere destruirlo todo, que quiere hacerme trizas.

Espero no estar evadiendo mi sentir con ruido externo. Espero estar otorgándome un espacio para pensar, para sentir, para llorar. Pensándolo bien, creo que no he tenido tiempo de eso. Me gusta ocuparme y tener algo qué hacer, he estado tan creativa y ajetreada que he mejorado en mi arte, que he encontrado mis palabras, que he podido estar en contacto con mis emociones que parecían perdidas y me ayudan a crear obras, ¿pero es acaso libertad o recalca, en realidad, todo el dolor que estoy sintiendo, toda la tristeza que necesita ser expulsada de mi sistema? ¿Es un corroborante de mi nostalgia, o una muestra de mi resiliencia? Hace tiempo no he estado en silencio, porque siento la ansiedad de poder consumir algo, algo que me ayude a explorar y renovar las emociones, una película, una pintura, un escrito, el sonido del tecleo sobre el ordenador, incluso dormir. Hace tiempo que no puedo encararme con el silencio (el cuál era mi compañía favorita), por las noches he soñado, incluso he tenido pesadillas.

He estado tan sobre-estimulada que ni me doy cuenta que dentro de toda esa capa de autorealización, esperanza, coraje, existe un núcleo de vacío tan diminuto que no es fácil percibirlo, pero que ahí está al fin y al cabo. 

Sé que merezco ser feliz, y sé que merezco cosas buenas. Sé que hice lo mejor, que aquello era lo que debía realizar hace muchísimo tiempo. Es algo que me sigo repitiendo. Supongo que es eso lo que no me permite abrazar el desgarro que tengo en el pecho, que pide a gritos ser acariciado, que toca la puerta, y me pregunta de manera gentil si puede pasar.


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